lunes, 16 de marzo de 2020

Clase 18/ 03 Filosofia 6° Año

Buenas Tardes Alumnos! Les doy la Bienvenida a este nuevo y anhelado año! Nos conoceremos de manera virtual por el momento. Aquí les envió la primer clase, que deberá ser realizada en los hogares con la finalidad de corregirla en nuestro primer encuentro! Espero conocerlos pronto! Cariños, Profe Celeste!


Instituto “Don Orione”

Plan de Contingencia Pedagógica                                                                       Ciclo Lectivo 2020
Materia: Filosofía.                                                                                                                 Año: 6°
Docente: Arbeleche Celeste 

 Unidad n°1: filosofía y la esencia de filosofar.
Fin y utilidad de Filosofía
La utilidad de la filosofía sólo es posible vislumbrarla en la medida en que el hombre cuestiona y pregunta radicalmente por su vida y la realidad entera. La filosofía solamente se revela como necesaria cuando desde lo más profundo nos preguntamos por el sentido y el significado de la existencia, cuando queremos tener una visión omnicomprensiva de las cosas, de la historia, de la realidad entera. La principal ocupación de la filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada día sin pensar sobre ellas.
La filosofía sirve para encontrar los marcos teóricos y los esquemas conceptuales que nos permiten hacer inteligibles las diversas prácticas en sí mismas, en sus orígenes y en sus resultados para unificarlas en totalidades dotadas de coherencia lógica.
Es una herramienta importantísima en la búsqueda de respuestas a la compleja problemática en que nos movemos en la vida. El mundo problemático es el campo en el cual se mueve la filosofía. La filosofía solo se pone en movimiento cuando en el horizonte humano surgen los problemas.
La filosofía facilita la búsqueda de la verdad, de la sabiduría, porque en el hombre existe un afán de saber. Saber y comprender es una de sus necesidades superiores. El hombre aspira a saber y no se da por satisfecho con el saber natural, sino que se siente acosado por preguntas que lo impulsan hacia un saber fundado y del cual pueda hacerse responsable.
La filosofía muchas veces modifica nuestros puntos de vista en la medida que nos introduce en una forma crítica y sistemática de pensar. La filosofía, como sabiduría, quiere orientarnos acerca de lo fundamental de la vida, de aquellos valores que no solamente nos hacen saber más, sino que nos puede hacer mejores.
La filosofía no brinda soluciones sino respuestas, las cuales no anulan las preguntas, pero nos permiten convivir racionalmente con ellas aunque sigamos planteándonos las una y otra vez: por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere sobre qué es la justicia o qué es el tiempo, nunca dejaremos de preguntarnos por el tiempo o por la justicia ni descartaremos como ociosas o superadas las respuestas dadas a esas cuestiones por filósofos anteriores. Las respuestas filosóficas no solucionan las preguntas de lo real, sino que más bien cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, a humanizarnos en la convivencia perpetua con la interrogación. Porque ¿qué es el hombre sino el animal que pregunta y que seguirá preguntando más allá de cualquier respuesta imaginable?
La utilidad de la filosofía pudiera sintetizarse diciendo que perfecciona la razón enseñando a pensar rectamente; imparte claridad a las ideas, distinguiendo lo esencial de lo accidental; vertebra la inteligencia con el conocimiento de lo universal; fundamenta la ciencia; ejerce influjo en las operaciones y costumbres humanas en lo individual y en lo social.
La filosofía nos permite desarrollar nuevos estilos de cuestionamiento y de comportamiento; nos sirve para fomentar, en actitud filosófico-reflexiva los auténticos valores de la razón, esto es, la emancipación, la argumentación, el sentido de la palabra dicha, intercambiada, aceptada, y la crítica responsable para encontrar modos posibles de unificación de las discordancias intersubjetivas.
Vivir sin filosofía equivale a permanecer extraviado entre los quehaceres cotidianos. Está íntimamente emparentada con los dilemas de la vida por múltiples vías: deshace la ambigüedad de los problemas y ayuda a tomar decisiones; analiza y aclara las ideas complejas de la ética, la política, la ciencia. Se dedica a buscar posibles explicaciones de cuestiones abstractas como lo válido, lo justo o lo injusto, lo cierto y lo falso y plantea preguntas olvidadas por la sociedad y útiles para su desarrollo. El filósofo tiene la misión de enseñar al pez a salirse de su red. Es una guía desde el desorden al orden, desde el mundo de las apariencias al mundo de la verdad.


   Actividad n° 1:  
ü  Ver el vídeo de “Cadena de favores” y extraer las ideas principales.
ü  ¿Qué les produce el vídeo?
ü  ¿Qué es lo que intenta demostrar el profesor?
ü  ¿Cómo es la reacción de los alumnos?
ü  ¿Que llevo a cabo el alumno ante el pedido del maestro? ¿Están de acuerdo?
ü  ¿Cómo lo pueden relacionar con la filosofía?

 Actividad n° 2:
ü  Extraigan de los textos las ideas principales y diferenciarlas de las ideas secundarias.
ü   Teniendo en cuenta esto vuelvan a releer el texto y realicen una síntesis de donde se visualicen los principales conceptos.
ü  ¿Qué sucede con el hombre que es prisionero de prejuicios según Russel?
ü  ¿Que nos otorga la filosofía según Russel?
ü   ¿Qué le sucede al hombre frente a la capacidad de asombro según Collado?
ü  ¿Cuál es la postura del ignorante para Collado?
ü  ¿Cómo define Collado las ultimas causas?
ü  ¿Qué es la filosofía para Collado?
Actividad n° 3:
Trata de recordar situaciones de tu propia historia de vida que te permitan responder a los siguientes interrogantes. Anota las respuestas.
ü  ¿Qué me asombra?
ü  ¿Qué me produce admiración?
ü  ¿Cuáles son mis dudas más profundas?
ü  ¿Has experimentado sentirte prisionero de prejuicios?
ü  ¿He filosofado alguna vez?

La problematización de la realidad:
El valor de la filosofía debe ser buscado en una, larga medida en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales  en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, como  hemos visto en nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir  nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar.
Russel, B, Los problemas de la filosofía.
Barcelona, ed. Labor, 1970 pp.131y 132.
¿Que es la filosofía?
Podríamos decir que la dichosa Filosofía de la que estamos hablando es algo así como un modo distinto de ver las cosas, una manera diferente de ver la realidad. No como algo normal, sino como algo asombroso, tan asombroso como el mundo de los cuentos, en el que todo es extraordinario y puede uno cruzarse con un conejo que va hablando (como en “Alicia en el país de las maravillas”) o con calabazas que se convierten en carrozas, o... O a lo mejor se descubre que es un mundo de magia, en el que las cosas son así pero podrían ser de otra forma, y no todo el mundo se da cuenta de ello (somos capaces de acostumbrarnos a cualquier cosa), y por eso existen los muggles y los magos (Harry Potter).

En realidad, todos hemos tenido esta capacidad de asombro en nuestra infancia. Los niños miran todo con asombro, hasta su propio pie. Nada les parece rutinario o aburrido, al menos mientras son suficientemente pequeños.
Todo es sorprendente para un niño: un perro, una cafetera, que las cosas se caigan al suelo, una luz... Por eso los niños viven en una continua interrogación (¿por qué esto?, ¿por qué lo otro?) que poco a poco van perdiendo, quizá debido a que siempre se les responde con un “porque sí”, que termina por aburrirles y hacerles creer que las cosas son así porque es de buena educación que sean así. En esa situación sólo resulta asombroso lo aparente, pero no sólo los niños son capaces de asombrarse. Lo propio de los científicos, de los grandes sabios, es mirar con asombro lo que los demás ven y contemplan como lo más natural del mundo. La leyenda de Newton y la manzana es muy ilustrativa al respecto, pues a lo largo de la humanidad miles y miles de manzanas han golpeado a los incautos paseantes que se tumbaban al pie de sus árboles, pero a casi ninguno de ellos se le ocurrió asombrarse ante ese hecho. Pero mientras que la mayoría sólo fue capaz de obtener de ese golpe nada más que un chichón (y una manzana), Newton -según la leyenda- empezó a reflexionar sobre la gravitación universal. Pues bien, esta misma actitud, ese modo de ver las cosas con un asombro que nos lleva a preguntarnos su porqué es algo propio de los filósofos.
Es preciso hacer una aclaración importante: no es lo mismo el asombro (a veces también se llama admiración: “quedarse admirado o asombrado de algo”) que el estupor. El asombro es propio de los sabios, de los niños, de artistas, de los que no tienen una mirada rutinaria del mundo; el estupor es lo que define al estúpido. El estupor abunda y el asombro escasea, y hay que saber distinguirlos, pues uno y otro podrían parecer lo mismo a los ojos de muchos.
Ambos, el asombro y el estupor se producen ante algo que nos supera, que sentimos que se nos escapa de alguna forma. Cuando estamos asombrados de algo o ante algo nos preguntamos ¿cómo es posible que...? O ¿por qué...? Nos encantaría saber más de lo que estamos viendo, porque sabemos que hay más (como decíamos antes, lo mágico o misterioso que existe en las cosas) y vale la pena descubrirlo. Pero el estupor no tiene nada que ver con esto. El estupefacto se halla igualmente con algo que le supera, que siente que se le escapa; se encuentra boquiabierto ante una pizarra llena de números o de palabras que le resultan ininteligibles... pero no quiere saber nada de eso. Le supera y no le interesa: no hay quien lo entienda.
Posiblemente todos hemos estado estupefactos alguna vez (tal vez muchas).
Cuando decimos “eso no hay quien lo entienda”, con frecuencia lo que queremos decir es que hemos perdido todo interés o toda esperanza en llegar a entender eso que no entendemos. Nos volvemos sordos a cualquier explicación que nos puedan hacer. Estamos a veces estupefactos en alguna asignatura ante algún tema que no nos ha entrado bien. No nos preguntamos ¿cómo es posible eso?, sino algo así como “muy bien, no lo entiendo: dime qué tengo que poner en el examen, qué operación he de hacer, cuál es el truco....”
Y ya está.

Quien está asombrado busca, tiene esperanzas y empeño por encontrar, aunque sea difícil (les lleva a saber más, aunque nunca acaben de saber del todo: de hecho cada vez están más convencidos de que saben menos, pues a medida que avanzan no paran de descubrir cosas asombrosas). El estupefacto no busca, carece de empeño o interés por encontrar y acaba refugiándose en las reglas de lo que sabe hacer, cosas repetitivas que no le planteen problemas.
Si no se sale habitualmente del estupor se acaba siendo un estúpido, que es una forma de ignorancia. Se deja de ver que haya algo “extraño” en las cosas: las cosas son así, y ya está: “¡Las manzanas caen al suelo, porque sí, no hay más que averiguar!”, le hubiera dicho un ignorante a Newton. Con frecuencia quien es ignorante desprecia al sabio.
El ignorante suele pensar que ya lo sabe todo, o al menos que ya sabe todo lo que vale la pena, y por eso no busca. El verdadero sabio, en cambio, sabe que no sabe: se da cuenta de que es mucho más lo que no sabe, que hay mucho más por saber, y por eso puede seguir buscando. Evidentemente, algo sabe, ya que si no sería un mero ignorante; pero no sabe del todo. Por eso los sabios suelen considerarse filósofos, amantes de la sabiduría. El estúpido o el ignorante tiene a veces la apariencia de “experto”, que en el sentido malo de la expresión es aquel que sabe unas cuantas técnicas y desprecia lo demás. Es más cómodo y se siente más seguro.
Nos hemos ido por las ramas. Hasta ahora hemos hablado de que se puede ver el mundo con asombro o con rutina (el estupor acaba en rutina). El asombro es una de los requisitos de la filosofía. Pero no es el único, pues también los físicos, los matemáticos, los historiadores, etc., se asombran y no se llama filosofía estrictamente a lo que ellos hacen. ¿Qué es, pues, lo propio de la Filosofía?
La filosofía se caracteriza por dos cosas más: reflexiona (se admira) sobre cualquier aspecto de lo real, incluso sobre toda la realidad en su conjunto, mientras que las otras ciencias se ocupan únicamente de un aspecto de la realidad (la química, la física, etc. se ocupan de un objeto muy concreto cada una de ellas). Y además lo hace desde un punto de vista exclusivamente suyo: las últimas causas. ¿Últimas causas? Se ve que es urgente poner un ejemplo. Vamos a pedir auxilio
¿Qué es lo que, en el fondo soy yo? Esta es una de las preguntas filosóficas por excelencia. Nace de un asombro, de vernos distintos al mundo que nos rodea, a los geranios que tenemos en el balcón, a nuestro querido perro, al microondas... O a lo mejor no somos tan distintos, se nos ocurre pensar, pues al fin y al cabo dicen que todos los seres vivos somos primos más o menos lejanos; y las máquinas son cada vez más perfectas, y estamos hartos de ver películas en las que los robots son iguales o mejores que los humanos.
¿Qué somos? ¿Qué es lo que, en el fondo nos distingue de los demás seres?
¿Cuál es el sentido de nuestra vida?
Estamos asombrados, y supongamos que, para no caer en el estupor (¡después de todo lo que hemos dicho!), consultamos a diversos científicos, para que nos orienten desde el punto de vista de su especialidad.
¿Qué somos? Un químico nos podría decir que para su ciencia no somos más que unos cuantos litros de agua, carbono, potasio, sodio, y algunas cosas por el estilo. La química no nos dice nada más. La medicina responderá que estamos sanos, o bien que somos un paciente aquejado de tal enfermedad; pero está claro que para responder a las preguntas que nos estábamos planteando no basta con decir que somos unos individuos sanos (o que tenemos el colesterol un poco alto), aunque eso sea cierto. Si cayéramos en un laboratorio de física, y se nos sometiera allí a un estudio pormenorizado, el instrumental podría facilitar cierta información acerca de nosotros mismos, como nuestra masa, temperatura, la velocidad de nuestro movimiento, la respuesta de nuestro cuerpo a las radiaciones, etc.
Todas estas afirmaciones de las distintas ciencias son ciertas, pero insuficientes. Son ciertas, pues es innegable que estoy sano, peso setenta kilos, tengo una cantidad de sodio en mi cuerpo... Pero yo no soy eso; al menos, no lo soy sin más.
Esto es lo que queríamos decir cuando afirmábamos que la Filosofía busca “las últimas causas”.
La radicalidad, el interés por el qué es en último término algo, y no meramente cómo funciona, o cómo se desarrolla, la pregunta por el porqué último de las cosas es lo que diferencia una pregunta filosófica de las preguntas de las demás ciencias.
Pero además hay aún otra diferencia: y es que podemos “filosofar” sobre cualquier aspecto de la realidad. No tenemos por qué ceñirnos al mundo de las transformaciones de unas sustancias en otras, como hace la química, o al cómo lograr la salud del cuerpo humano, o a las alteraciones genéticas, etc.
Podemos plantearnos preguntas filosóficas sobre cualquier aspecto de la realidad, y preguntarnos qué es, en último término el hombre, qué es el conocimiento y si podemos decir que un animal o una máquina conocen, qué nos distingue de estos seres, de los animales y de las máquinas, etc. Es más, podemos también preguntarnos no sólo por un aspecto de la realidad (por el hombre, por los seres vivos, por si existe algo distinto a la realidad material que percibimos,...) sino que también podemos preguntarnos por toda la realidad a la vez.
Podríamos, por ejemplo, preguntarnos que por qué hay seres y no más bien la nada: es decir si el mundo requiere una causa que lo explique o bien se basta a sí mismo y no necesita más explicaciones. O también nos podemos plantear si la realidad es tal y como la percibimos, o si estamos sumidos en un sueño, un engaño o una manipulación. Podemos plantearnos si existe alguna verdad, algo de lo que podamos estar completamente seguros, si podemos descubrir cuál es el sentido de nuestra vida, pues hay quien dice que carece de él.... Aunque puedan sonar a preguntas un tanto curiosas, son cuestiones que lleva el ser humano consigo. Preguntas por el sentido y la totalidad de la vida. Que nos planteemos estas cuestiones no nos garantiza que las vayamos a responder. Tal vez obtengamos respuestas que nos traerán nuevas preguntas, No hay “aparatos de filosofar”, no existen los “termómetros de filosofía”. Si eso fuera posible, muchas de las tareas filosóficas serian relativamente más sencillas. Pero hay muchas cosas que no se pueden encerrar en un laboratorio  y no por eso son menos importantes o menos reales. Más bien quiere decir que el microscopio tiene un límite, y hay aspectos de nuestra vida que no se resuelven con ecuaciones.
Recapitulando: hemos visto que la filosofía es un conocimiento sobre cualquier aspecto de la realidad por sus últimas causas. Para filosofar, como para realizar cualquier tarea científica, es necesaria la admiración: no conformarnos con lo que aparece de la realidad, descubrir lo asombroso que es que las cosas sean tal y como son.
                                                 (Collado, J, Introducción a la filosofía, México, Ed. Eunsa pp. 5y 9.)


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